martes, 30 de septiembre de 2008

Santa Teresa del Niño Jesús y Santa Faz


1 de Octubre

La fuerza imprescindible y suficiente de la oración

Comenzamos el mes de octubre conmemorando a santa Teresa de Lisieux, Carmelita Descalza, conocida también por santa Teresita del Niño Jesús. Se trata de una religiosa que dedicó su vida a la oración contemplativa, que nos puede enseñar la primacía de la intimidad con Dios para que tenga sentido cualquiera de nuestros quehaceres.
Como es sabido, el Santo Padre Juan Pablo II, proclamó a esta santa Doctora de Iglesia.Esta religiosa, que, fiel a su regla, no abandonó su convento en Francia, es, sin embargo, la patrona de las misiones. Podría pensarse que muchos otros santos –los hay con la vida cargada de movimiento apostólico, visible y conocido– serían más apropiados que la santa de Lisieux para ser presentados como ejemplo de espíritu misionero, y como intercerores ante Dios para esta importante tarea.
De hecho, el afán por llevar a los hombres al calor de la fe y a la riqueza incomparable de la posesión de Dios, posiblemente queda más claro en algunos santos llenos de actividad exterior. Pero la Iglesia ha querido reconocer ante el mundo, pensando en Teresa de Lisieux como patrona del movimiento misionero, que el secreto y fundamento de toda eficacia apostólica es, ante todo, la oración. Teresa de Lisieux, sin salir de su convento, consagró su vida a rezar y sacrificarse por las misiones. En su coloquio con Dios vibraba impaciente por tantos lugares donde debía aún implantarse la fe, ofreciendo al Señor el “precio” de sus sacrificios y súplicas por gentes lejanas, desconocidas muchas veces.
Otras, encomendaba expresamente a Dios la tarea evangelizadora de algún misionero que conocía. Siguiendo al pie de la letra la advertencia del Señor a sus Apóstoles –sin Mí no podéis hacer nada–, intercedía por los que lejos se fatigaban por Cristo y por la felicidad de otros al abrazar la fe. En su oración y sacrificio encontraba la fuerza para la fatiga de aquellos que, muy lejos casi siempre de Francia, hablaban de Dios y de su salvación a la gente. También en la oración conseguía luz para las inteligencias de cuantos oían por primera vez hablar de Cristo.Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en “tercer lugar”, acción.
Así se expresaba san Josemaría en Camino, y así son las cosas en la vida de todos los que desean ser verdaderos apóstoles de Nuestro Señor. Preguntémonos cuánto rezamos para que mejoren esas personas –perfectamente conocidas, tal vez– que deben enmendarse, que provocan nuestra crítica, aunque sólo sea interior… ¿Cómo nos unimos a la oración del Santo Padre por las necesidades de la Iglesia y del mundo? ¿Ofrecemos sacrificios por los demás?Los que siguen a Cristo, por el mundo o, como esta santa, apartados de los afanes mundanos, son impulsados en todo caso por el propio Cristo a difundir su enseñanza. El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza, nos advierte el Señor; y esa es también la suerte del discípulo que le acompaña, apartado del mundo o metido de lleno en los afanes terrenos.
No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su señor, aclararía Jesús en otro momento. Una existencia incómoda y un trabajo intenso están garantizados para el discípulo de Cristo. Comparte así con Él su misma calidad de vida. Pero, precisamente por esto, ya que viven siempre juntos, quien sigue al Señor para el apostolado cuenta donde quiera que se encuentre con su compañía: el discípulo tampoco tiene dónde reclinar su cabeza, pero jamás se siente solo. Tiene consigo, por el contrario, el inapreciable tesoro de su Dios junto a sí.
Nos conviene –y es, por otra parte, manifestación de realismo– considerar de modo habitual la seguridad que, como cristianos, debemos sentir con el mismo Dios, que no nos abandona un solo instante. Es bueno librarse de la pesadumbre imaginaria por una vida insoportable marcada con la cruz. No, ciertamente, eliminando de nuestra vida lo que cuesta, ni fomentando compensaciones humanas que contrarresten la dureza realista de caminar con Cristo. Se tratará, más bien, de perderle el miedo al dolor. Perderle el miedo al dolor, por la oración: contemplando al Señor con nosotros, de nuestra parte, queriéndonos. Y queriéndonos, no de cualquier modo, porque quiere y puede hacernos verdaderamente felices.
Sólo la oración que contempla es capaz de descubrir, en el misterio de Dios, su poder y su bondad para hacernos felices, aunque no tengamos dónde reclinar la cabeza. La dureza del seguimiento del Señor nunca será desproporcionada, con su ayuda que nuna falta; pues todo lo puedo en Aquel que me conforta, podremos afirmar con san Pablo en todo momento.¡Que el ejemplo y la intercesión de santa Teresita nos animen! Pidámosle amar de corazón a Dios y a muchas almas, y ser felices contemplando la grandeza de una vida así. Que será quizá, sin embargo, sencilla, como la de Nuestra Madre, Santa María.

jueves, 25 de septiembre de 2008



Autor: SS Benedicto XVI Fuente: Catholic.net


Eucaristía, Pan partido para tu salvación

Cada vez que se acerquen al altar para la celebración eucarística, su alma debe abrirse al perdón y a la reconciliación fraterna.

¡Queridos hermanos y hermanas! Que grande debe ser nuestra alegría sabiendo que en el altar,(...) cada día se ofrecerá el sacrificio de Cristo; sobre este altar Él seguirá inmolándose, en el sacramento de la Eucaristía, para nuestra salvación y la del mundo entero. En el Misterio eucarístico, que se renueva en cada altar, Jesús se hace realmente presente. La suya es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él; nos atrae con la fuerza de su amor haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a Él, haciendo de nosotros una sola cosa con Él. La presencia real de Cristo hace de cada uno de nosotros su "casa", y todos juntos formamos su Iglesia, el edificio espiritual del que habla también san Pedro. "Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios -escribe el apóstol-, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pe 2, 4-5). Casi desarrollando esta bella metáfora, san Agustín observa que mediante la fe los hombres son como maderos y piedras cogidos de los bosques y de los montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación se van desbastando, escuadrando y puliendo; pero se convierten en casa del Señor sólo cuando se acompañan por la caridad. Cuando los creyentes se ponen en contacto en un orden determinado, se yuxtaponen y cohesionan mutua y estrechamente, cuando todos están unidos con la caridad se convierten verdaderamente en casa de Dios que no teme derrumbarse (cfr Serm., 336). Es por tanto el amor de Cristo, la caridad que "no tendrá fin" (1 Cor 13,8), la energía espiritual que une a cuantos participan del mismo sacrificio y se nutren del único Pan partido para la salvación del mundo. De hecho ¿es posible estar en comunión con el Señor si no estamos en comunión entre nosotros? ¿Cómo podemos presentarnos ante el altar de Dios divididos, lejanos unos de otros? Este altar, sobre el cual dentro de poco se renueva el sacrificio del Señor, sea para vosotros, queridos hermanos y hermanas, una constante invitación al amor; a él os debéis acercar siempre con el corazón dispuesto a acoger el amor de Cristo y a difundirlo, a recibir y a conceder el perdón. (...) Cada vez que os acerquéis al altar para la celebración eucarística, vuestra alma debe abrirse al perdón y a la reconciliación fraterna, dispuestos a aceptar las excusas de cuantos os hayan herido y dispuestos, por vuestra parte, a perdonar. En la liturgia romana el sacerdote, tras presentar la ofrenda del pan y del vino, inclinado hacia el altar, reza en sumisamente: "Humildes y arrepentidos acógenos, Señor: acepta nuestro sacrificio que hoy te presentamos". Se prepara así a entrar, con toda la asamblea de los fieles, en el corazón del misterio eucarístico, en el corazón de esa liturgia celeste a la que se refiere la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. San Juan presenta a un ángel que ofrece "muchos perfumes para que, con las oraciones de los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono" (cfr Ap 8, 3). El altar del sacrificio se convierte, de cierta forma, en punto de encuentro entre el Cielo y la tierra; el centro, podríamos decir, de la única Iglesia que es celeste y al mismo tiempo peregrina en la tierra, donde, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios, los discípulos del Señor anuncian su pasión y muerte hasta que vuelva en la gloria (cfr Lumen gentium, 8). Es más, cada celebración eucarística anticipa el triunfo de Cristo sobre el pecado y sobre el mundo, y muestra en el misterio el fulgor de la Iglesia, "esposa inmaculada del Cordero sin mancha, Esposa que Cristo a amado y por la que se ha entregado, a fin de hacerla santa" (ibid., 6). Es necesario que toda la comunidad crezca en la caridad y en la dedicación apostólica y misionera. Concretamente se trata de dar testimonio con la vida de vuestra fe en Cristo y la confianza total que ponéis en él. Se trata también de cultivar la comunión eclesial que es ante todo un don, fruto del amor libre y gratuito de Dios, y que por tanto es divinamente eficaz, y está siempre presente y operante en la historia, más allá de cualquier apariencia contraria. La comunión eclesial es también una tarea confiada a la responsabilidad de cada uno. Que el Señor os conceda una comunión cada vez más convencida y operante, en la colaboración y en la corresponsabilidad en todos los niveles: entre presbíteros, consagrados y laicos, entre las distintas comunidades cristianas de vuestro territorio, entre las distintas agrupaciones de laicos. (...)


Homilía del Papa en la dedicación del altar de la catedral de Albano, el lunes 22 de septiembre de 2008.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Mensaje de despedida del P. Roberto Visier


Hermanos aqui les dejo el mensaje en audio de despedida del padre Roberto Visier, primer Vicario Parroquial de nuestra amada Parroquia " La Sagrada Familia", el cual lo ha realizado con todo el cariño y amor de pastor y amigo: ¡que lo disfruten y a orar muchisimo por él, para que el Señor Jesús le siga asistiendo con Su Espíritu Santo para ser Gloria de Dios donde esté o empiece sus nuevas labores pastorales.

P. Roberto, que la Santisima Trinidad le siga bendiciendo grandemente; un amigo y hermano, Leopoldo